Jeremías  2 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 37 versitos |
1

Pleito de Dios y conversión
Is 59; Os 2

Vuelvo a pleitear con ustedes
El Señor me dirigió la palabra:
2 – Ve, grita, que lo oiga Jerusalén:
Así dice el Señor:
Recuerdo tu cariño de joven,
tu amor de novia,
cuando me seguías por el desierto,
por tierra sin cultivar.
3 Israel era sagrada para el Señor,
primicia de su cosecha:
quien se atrevía a comer de ella
lo pagaba,
la desgracia caía sobre él
– oráculo del Señor– .
4 Escuchen la Palabra del Señor,
casa de Jacob,
tribus todas de Israel:
5 Así dice el Señor:
¿Qué delito encontraron
en mí sus padres
para alejarse de mí?
Siguieron a dioses vanos
volviéndose así vanos ellos mismos,
6 en vez de preguntar:
¿Dónde está el Señor?
El que nos sacó de Egipto
y nos condujo por el desierto,
por estepas y barrancos,
tierra sedienta y sombría,
tierra que nadie atraviesa,
que ninguno habita.
7 Yo los conduje a un país de huertos,
para que comieran sus frutos sabrosos;
pero entraron
y contaminaron mi tierra,
e hicieron de mi herencia
un lugar aborrecible.
8 Los sacerdotes no preguntaban:
¿Dónde está el Señor?
Los doctores de la ley
no me reconocían,
los pastores se rebelaban contra mí,
los profetas profetizaban
en nombre de Baal,
siguiendo a dioses que de nada sirven.
9 Por eso vuelvo
a pleitear con ustedes
y con sus nietos pleitearé
– oráculo del Señor– .
10 Naveguen hasta las costas
de Chipre y miren,
envíen gente a Cadar
y observen atentamente:
¿ha sucedido algo semejante?
11 ¿Cambia un pueblo de dios?
Y eso que no es dios;
pero mi pueblo cambió su Gloria
por el que no sirve.
12 ¡Espántense de esto, cielos
tiemblen horrorizados!
– oráculo del Señor– ,
13 porque dos maldades
ha cometido mi pueblo:
me abandonaron a mí,
fuente de agua viva,
y se cavaron pozos,
pozos agrietados
que no conservan el agua.
14

Tu maldad te escarmienta

¿Era Israel un esclavo
o un nacido en esclavitud?
¿Por qué se ha vuelto
presa de leones
15 que rugen contra él
con gran estruendo?
Arrasaron su tierra,
incendiaron sus poblados
hasta dejarlos deshabitados.
16 Incluso gente de Menfis y Tafnes
te raparon la cabeza.
17 ¿No te ha sucedido todo eso
por haber abandonado
al Señor, tu Dios?
18 Y ahora,
¿para qué quieres ir a Egipto?,
¿a beber agua del Nilo?;
¿para qué quieres ir a Asiria?,
¿a beber agua del Éufrates?
19 Tu maldad te castiga,
tu infidelidad te enseña:
mira y aprende
que es malo y amargo
abandonar al Señor, tu Dios,
sin sentir miedo
– oráculo del Señor Todopoderoso– .
20 Desde antiguo has roto el yugo
y hecho saltar las correas
diciendo: No quiero servir:
en cualquier colina alta,
bajo cualquier árbol frondoso,
te acostabas y te prostituías.
21 Yo te planté, vid selecta
de cepas legítimas,
y tú te volviste espino,
viña bastarda.
22 Por más que te laves con jabón
y lejía abundante,
me queda presente la mancha
de tu culpa – oráculo del Señor– .
23

¿Por qué me entablan pleito?

¿Cómo te atreves a decir:
No me he contaminado,
no he seguido a los ídolos?
Mira en el valle tu camino
y reconoce lo que has hecho,
camella liviana
de extraviados caminos,
24 asna salvaje criada en el desierto,
cuando en celo aspira el viento,
¿quién domará su pasión?
Los que la buscan
no necesitan cansarse,
la encuentran en celo.
25 Ahórrales calzado a tus pies,
sed a tu garganta;
tú respondes: ¡De ninguna manera!
Estoy enamorada de extranjeros
y me iré con ellos.
26 Como se queda turbado
un ladrón sorprendido,
se quedan turbados los israelitas,
con sus reyes, príncipes,
sacerdotes y profetas;
27 dicen a un trozo de madera:
Eres mi padre;
a una piedra: Me has dado a luz;
me dan la espalda y no la cara,
pero en tiempo de la desgracia dicen:
¡Ven a salvarnos!
28 ¿Y dónde están los dioses
que te hacías?
¡Que se levanten ellos
y te salven de tu desgracia!
Pues tantos como poblados
eran tus dioses, Judá.
29 ¿Por qué me entablan pleito,
si son todos rebeldes?
– oráculo del Señor– .
30 En vano herí a sus hijos:
no aprendieron la lección;
la espada de ustedes
devoró a sus profetas
como león carnicero.
31 – Ustedes fíjense
en la Palabra del Señor– .
¿Me he vuelto desierto para Israel
o tierra tenebrosa?
¿Por qué dice mi pueblo:
Huimos, ya no volvemos a ti?
32 ¿Acaso olvida una joven sus joyas,
una novia su cinturón?
Pero mi pueblo me tiene olvidado
hace ya mucho tiempo.
33 ¡Qué bien conoces
el camino de tu amor!
¡Qué bien te has aprendido
el mal camino!
34 En tus manos hay sangre
de pobres inocentes:
no los sorprendiste
abriendo un boquete.
35 Y encima dices: Soy inocente,
su ira no me alcanzará.
Pero yo te juzgaré
por haber dicho que no has pecado.
36 ¡Qué poco te cuesta
cambiar de rumbo!
También Egipto te va a fallar
como te falló Asiria;
37 también de allí saldrás
con las manos en la cabeza,
porque el Señor ha rechazado
la base de tu confianza,
y no tendrás éxito con ellos.

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Introducción a Jeremías 

JEREMÍAS

La época. Sobre la época del ministerio de Jeremías estamos bastante bien informados gracias a los libros de Reyes y Crónicas, algunos documentos extrabíblicos y el mismo libro de Jeremías. Es una época de cambios importantes en la esfera internacional, dramática y trágica para los judíos. Durante la segunda mitad del siglo VII a.C. Asiria declina rápidamente, se desmorona y cede ante el ataque combinado de medos y persas. Josías, rey de Judá (640-609 a.C.), aprovecha la coyuntura para afianzar su reforma, extender sus dominios hacia el norte y atraer a miembros del destrozado reino del norte.
También se aprovecha Egipto para extender sus dominios sobre Siria y contrarrestar el poder creciente de Babilonia. Los dos imperios se enfrentan; el faraón es derrotado y cede la hegemonía a Babilonia. Josías, mezclado en rivalidad, muere en 609 a.C. En Judá comienza el juego de sumisión y rebelión que acabará trágicamente. La rebelión de uno de los reyes, Joaquín (609-598 a.C.) contra el pago del tributo, provoca la primera deportación de gente notable a Babilonia y el nombramiento de un rey sumiso, Sedecías. La rebelión de éste, provoca el asedio, la matanza y la gran deportación (586 a.C.). Judá deja de existir como nación soberana.

El profeta Jeremías. Pocas personalidades del Antiguo Testamento nos resultan tan conocidas y próximas como el profeta Jeremías, nacido en Anatot, pueblo de la tribu de Benjamín, a mediados del siglo VII a.C. A Jeremías lo conocemos a través de los relatos, de las confesiones en las que se desahoga con Dios, por sus irrupciones líricas en la retórica de la predicación. Comparado con el «clásico» Isaías, lo llamaríamos «romántico». Como sus escritos (36,23s), Jeremías es el «profeta quemado».
Su itinerario profético, que comienza con su vocación en 627 a.C., es trágico y conmovedor. Tras una etapa de ilusión y gozo en su ministerio, sucede la resistencia pasiva del pueblo, y activa y creciente de sus rivales, entre los que se encuentran autoridades, profetas y familiares. Su predicación es antipática y sus consignas impopulares. En su actuación, va de fracaso en fracaso; su vocación llega a hacerse intolerable, necesitando la consolación de Dios.
Se siente desgarrado entre la nostalgia de los oráculos de promesa y la presencia de los oráculos de amenaza que Dios le impone; entre la solidaridad a su pueblo, que le empuja a la intercesión, y la Palabra del Señor que le ordena apartarse y no interceder; entre la obediencia a la misión divina y la empatía con su pueblo. Con ojos lúcidos de profeta, contempla el fracaso sistemático de toda su vida y actividad, hasta hacerle exclamar en un arrebato de desesperación: «¡Maldito el día en que nací!... ¿Por qué salí del vientre para pasar trabajos y penas y acabar mis días derrotado?» (20,14-18).
Nuestro profeta es como un anti-Moisés. Se le prohíbe interceder. Tiene que abandonar la tierra y marchar forzado a Egipto, donde seis años después muere asesinado a manos de sus propios compatriotas. De su muerte trágica se salva un libro, y en ese libro pervive la personalidad de Jeremías con un vigor excepcional. Su vida y pasión parece en muchos aspectos una anticipación de la de Cristo.

El libro de Jeremías. Jeremías es un poeta que desarrolla con gran originalidad la tradición de sus predecesores; sobresale su capacidad de crear imágenes y de trascender visiones simples y caseras. El estilo de la poesía se distingue por la riqueza imaginativa y la intensidad emotiva. La prosa narrativa, siguiendo la gran tradición israelita de brevedad, inmediatez e intensidad, es de lo mejor que leemos en el Antiguo Testamento, haciendo de la obra una de las más asequibles para al lector de hoy.
Se suelen repartir los materiales del libro en tres grandes grupos: 1. Oráculos en verso, subdivididos en: oráculos para el pueblo y el rey, confesiones del profeta (10,18-12,6; 15,10-21; 17,14-18; 18, 18-23; 20,7-18), oráculos contra naciones paganas (25 y 46-51). 2. Textos narrativos con palabras del profeta incorporadas. 3. Discursos en prosa elaborados en estilo deuteronomista (7,1-8,3; 11,1-14; 16,1-13; 17,19-27; 18,1-12; 21,1-10; 22,1-5; 25,1-14; 34,8-22; 35,1-19).

Mensaje religioso de Jeremías. Jeremías es un profeta que vive en su propia carne el drama de una fidelidad absoluta a Dios y una absoluta solidaridad con el pueblo rebelde y desertor a quien, fiel a su vocación profética, tiene que anunciar la catástrofe a la que le llevan sus pecados.
Su fidelidad y continuo contacto con Dios, sellados por el sufrimiento, llevará a la conciencia del pueblo la necesidad de un nuevo tipo de relación con el Señor, más íntima y personal, más enraizada en el corazón de las personas que en una alianza jurídica y externa. Esta relación de obediencia es el culto que Dios desea y que deberá manifestarse en juzgar según derecho y en la defensa de la causa del huérfano y del pobre.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Jeremías  2,1-13Vuelvo a pleitear con ustedes. Los capítulos 26 contienen las primeras intervenciones públicas de Jeremías, donde queda planteado lo esencial de su mensaje: infidelidad del pueblo, castigo purificador y perdón. Jeremías recurre a la figura de la unión conyugal (cfr. Os 1-3) para resaltar la cercanía y el amor con que el Señor se relacionó desde el principio con su pueblo.
No se resaltan los pecados de Israel en el desierto cuando apenas salió de Egipto (Éxo_17:1-7; 32; Núm_20:1-13), a diferencia de Ez 16. ¿Qué significa eso? Tal vez, Jeremías quiere transmitir un sentimiento de comprensión de Dios; en el desierto, el pueblo está aprendiendo a formarse, está aprendiendo a ser pueblo y pueblo libre, sin esclavitudes, está aprendiendo a relacionarse con un Dios de vida y de libertad. Quizá eso hace que el Señor no tenga en cuenta esa historia de rebeldías, de los deseos de «regresar a Egipto» que tantas veces sintió el pueblo en el desierto. Las cosas cambiaron cuando el pueblo se estableció en Canaán, y es desde entonces cuando Dios pide cuentas a este pueblo que se olvidó de su Esposo.
Normalmente, nosotros no caemos en cuenta de las dificultades que tuvo el pueblo israelita para mantener en Canaán su adhesión a un Dios que ellos intuían como liberador; ellos no podían entender automáticamente que ese mismo Dios era Dios de la tierra, del cielo, de las nubes, de la lluvia, de la fertilidad y de la supervivencia. En Canaán encuentran un sinfín de divinidades y de cultos para cada situación de la vida; sólo más tarde van a caer en la cuenta de que el mismo Dios que los liberó de la mano de Egipto es el que les proporciona todo lo necesario para vivir, comenzando por la lluvia (cfr. Lev_26:4; Deu_11:14; Job_5:10; Sal_68:9, etc.).
Ahora, el problema es que muchos se resistieron a dar ese paso y prefirieron no sólo quedarse con los cultos de los cananeos, sino también dejar de lado el proyecto de la libertad y de la justicia que se habían comprometido a construir en la tierra prometida. De manera que los males de Israel no provienen sólo de los cultos a falsos dioses, sino del retroceso que en la tierra de la libertad realizaron volviendo al modo de organización social egipcia que produce división de clases, injusticia, hambre y empobrecimiento. Con razón los acusa Dios de haber ensuciado la tierra (7). Así pues, con este primer reclamo en forma de pleito subraya Dios la infidelidad de Israel, contrapuesta a la fidelidad que presentan otros pueblos; aunque esos pueblos distintos a Israel tienen dioses, que no son dioses (11), por lo menos no los han cambiado como ha hecho Israel.


Jeremías  2,14-22Tu maldad te escarmienta. Alusión a los períodos de opresión que vivió Israel a manos de egipcios y asirios. El profeta interpreta esa dominación como consecuencia de su infidelidad al Señor. La infidelidad que se describe en esta acusación está en relación con el culto que Israel ha dado a otros dioses. Con el culto a otras divinidades se rechaza al único Dios al que Israel debe servir, un Dios que antes que nada es liberador y dador de vida, características que no posee ningún otro dios.
Jeremías  2,23-37¿Por qué me entablan pleito? El Señor continúa acusando a Israel y haciéndole ver todas las infidelidades que ha cometido al irse detrás de otros dioses, es decir, imitando la manera como otros pueblos rinden culto a sus ídolos y rigen su destino político. La infidelidad de la cual Dios les acusa tiene tres connotaciones: 1. La idolatría en la que han caído reyes, príncipes, sacerdotes y profetas; esto es, los que debían ser guías y luz para el pueblo. 2. La denuncia de la sangre de los pobres con la cual están untadas las manos de quienes dirigen al pueblo. Sabemos que los profetas son especialmente sensibles al tema de la injusticia social (cfr. Isa_1:17.23; Jer_5:28; Jer_7:26; Jer_22:3; Ose_4:1-3; Amó_2:6-8; Amó_4:1; Amó_5:24; Hab_3:14; Zac_7:10), la cual denuncian abiertamente y ponen como obstáculo para la realización del verdadero culto que Dios quiere. 3. La tentación de hacer pactos o alianzas con otros pueblos, lo cual es un rechazo de la única alianza posible para Israel que es exclusiva con Dios.
Es también muy importante que ya desde aquí se reclame al pueblo la incapacidad de reconocer sus culpas alegando que es inocente; esa posición lo hace cada vez más culpable.