Hechos 21 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 40 versitos |
1

Viaje a Jerusalén

Nos separamos de ellos, zarpamos y navegamos directamente a Cos, al día siguiente hasta Rodas y desde allí hasta Pátara.
2 Encontrando un barco que cruzaba hacia Fenicia, nos embarcamos y zarpamos.
3 Avistando Chipre y dejándola a nuestra izquierda, navegamos hacia Siria y llegamos a Tiro, donde la nave tenía que descargar.
4 Encontramos a los discípulos y nos detuvimos allí siete días. Algunos, movidos por el Espíritu, aconsejaban a Pablo que no subiera a Jerusalén.
5 Cuando se cumplió nuestro plazo, salimos para continuar el viaje. Todos, con sus mujeres e hijos, nos acompañaron hasta fuera de la ciudad. Nos arrodillamos en la playa y oramos.
6 Después nos despedimos mutuamente, embarcamos y ellos se volvieron a casa.
7 Desde Tiro atravesamos hasta llegar a Tolemaida. Saludamos a los hermanos y nos quedamos con ellos un día.
8 Al día siguiente salimos y llegamos a Cesarea; entramos en casa de Felipe, uno de los siete evangelistas, y nos hospedamos con él.
9 Tenía éste cuatro hijas solteras profetisas.
10 Tras varios días de estadía, bajó de Judea un profeta llamado Ágabo.
11 Se acercó a nosotros, tomó el cinturón de Pablo y se ató con él de manos y pies, y dijo:
– Esto dice el Espíritu Santo: Al dueño de este cinturón los judíos lo atarán en Jerusalén y lo entregarán a los paganos.
12 Al oírlo, nosotros y los vecinos del lugar le suplicábamos a Pablo que no subiera a Jerusalén.
13 Pero Pablo respondió:
–¿Qué hacen llorando y ablandándome el corazón? Por el nombre del Señor Jesús yo estoy dispuesto a ser encadenado y a morir en Jerusalén.
14 Como no podíamos convencerlo, nos tranquilizamos diciendo: Que se cumpla la voluntad del Señor.
15 Pasados aquellos días hicimos los preparativos y emprendimos la subida hacia Jerusalén.
16 Algunos discípulos de Cesarea nos acompañaron hasta la casa de un viejo discípulo, Nasón de Chipre, que nos dio alojamiento.
17

En Jerusalén

Al llegar a Jerusalén, los hermanos nos recibieron contentos.
18 Al día siguiente fuimos con Pablo a visitar a Santiago; se presentaron los ancianos en pleno.
19 Después de saludarlos, les expuso detalladamente todo lo que Dios había realizado por su medio entre los paganos.
20 Al oírlo, dieron gloria a Dios y dijeron a Pablo:
– Ya ves, hermano, cuántas decenas de miles de judíos se han convertido a la fe, y todos son observantes de la ley.
21 Corre el rumor de que a los judíos que viven entre paganos les enseñas a abandonar la ley de Moisés y les dices que no circunciden a sus hijos ni sigan nuestras costumbres.
22 ¿Qué hacer? Seguro que se enterarán de que has llegado;
23 sigue nuestro consejo: hay entre nosotros cuatro hombres que han hecho un voto.
24 Acude a purificarte con ellos y paga los gastos para que se afeiten la cabeza; así sabrán todos que los rumores que corren acerca de ti no tienen fundamento y que eres un judío observante de la ley.
25 A los paganos convertidos a la fe les hemos comunicado nuestros decretos: que se abstengan de la carne inmolada a los ídolos, de la sangre, de los animales estrangulados y de las relaciones sexuales prohibidas.
26 Al día siguiente Pablo tomó consigo a aquellos hombres, se purificó con ellos y fue al templo para avisar de la fecha en que terminaría la purificación y se llevaría la ofrenda por cada uno de ellos.
27

Arrestado en el templo

Cuando se iban a cumplir los siete días, los judíos de Asia, viéndolo en el templo, alborotaron a la gente y se apoderaron de él
28 gritando:
–¡Auxilio, israelitas! Éste es el hombre que enseña a todo el mundo y en todas partes una doctrina contraria al pueblo, a la ley y al lugar sagrado. Ahora acaba de introducir a unos griegos en el templo profanando este santo lugar.
29 Decían esto porque poco antes lo habían visto con Trófimo el efesio y pensaban que Pablo lo había introducido en el templo.
30 La ciudad entera se conmovió y todo el pueblo acudió corriendo. Tomaron a Pablo, lo arrastraron fuera del templo y cerraron las puertas.
31 Cuando intentaban darle muerte, llegó al comandante de la cohorte la noticia de que toda Jerusalén estaba amotinada.
32 Reunió soldados y centuriones y acudió a toda prisa.
Ellos, al ver al comandante con los soldados, dejaron de golpear a Pablo.
33 Entonces el comandante detuvo a Pablo, lo mandó atar con dos cadenas y luego preguntó quién era y qué había hecho.
34 Todos gritaban al mismo tiempo. No pudiendo averiguar la verdad, a causa del tumulto, el comandante mandó que lo condujeran a la fortaleza.
35 Cuando llegaron a la escalinata, los soldados tuvieron que alzarlo para evitar la violencia de la multitud.
36 Porque el pueblo en masa los seguía gritando:
–¡Muera!
37 Cuando lo iban a introducir en la fortaleza, Pablo dice al comandante:
–¿Puedo decirte una palabra?
Le contestó:
–¿Cómo? ¿sabes hablar griego?
38 ¿No eres tú el egipcio que hace unos días provocó un motín y llevó al desierto a cuatro mil terroristas?
39 Respondió Pablo:
– Yo soy judío de Tarso, ciudadano de una ciudad nada despreciable. Te pido permiso para dirigir la palabra al pueblo.
40 Se lo concedió, y Pablo, de pie sobre la escalinata, hizo un gesto con la mano hacia el pueblo.
Se hizo un silencio profundo y Pablo les habló en hebreo:

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Introducción a Hechos

Hechos de los Apóstoles

Autor, destinatarios y fecha de composición. El libro de los Hechos ha sido considerado siempre como la segunda parte y complemento del tercer evangelio, y así se comprende todo su sentido y finalidad. Ambas partes de la obra han salido de la pluma del mismo autor, a quien la tradición antigua identifica como Lucas. Fue escrito probablemente después del año 70, y sus destinatarios inmediatos parecen ser paganos convertidos, simbolizados en el «querido Teófilo» (amigo de Dios) -el mismo del tercer evangelio- a quien el autor dedica su escrito.
El título no refleja exactamente el contenido del libro, pues en realidad éste se centra, casi con exclusividad, en los «Hechos» de dos apóstoles, pioneros de la primera evangelización de la Iglesia: Pedro y Pablo. Alrededor de ellos, toda una galería de personajes y acontecimientos, con los que el autor teje su narración, recorre las páginas de este bello documento del Nuevo Testamento.

Carácter del Libro. Si hubiera que encerrar en una frase el carácter principal del libro de los Hechos, se podría decir que es fundamentalmente una narrativa de misión, la primera de la Iglesia, prolongación de la misma misión de Jesús. Sólo así se comprende que el verdadero protagonista de la obra sea el Espíritu Santo prometido y enviado por Cristo a sus seguidores, que es el alma de la misión, el que impulsa la Palabra o el Mensaje evangélico a través del protagonismo secundario de Pedro, Pablo y del gran número de hombres y mujeres cuyos nombres y gestas, gracias a Lucas, forman ya parte de la memoria misionera colectiva de la comunidad cristiana de todos los tiempos. No en vano se ha llamado a los Hechos el «evangelio del Espíritu Santo».
Este carácter misionero hace que el libro de los Hechos sea de un género literario único. Aunque narra acontecimientos reales de la Iglesia naciente, no es propiamente un libro de historia de la Iglesia. Más bien sería una relectura, en clave espiritual, de una historia que era ya bien conocida por las comunidades cristianas a las que se dirige Lucas 30 ó 40 años después de que ocurrieran los hechos que narra. Su intención, pues, no es la de informar, sino la de hacer que el lector descubra el hilo conductor de aquella aventura misionera que comenzó en Jerusalén y que llegó hasta el centro neurálgico del mundo de entonces, Roma.
Aunque gran parte del libro está dedicado a las actividades apostólicas de Pedro y Pablo, tampoco hay que considerar Hechos como un escrito biográfico o hagiográfico de dichos apóstoles. Lo que el autor pretende es interpretar sus respectivos itinerarios misioneros, sus sufrimientos por el Evangelio y el martirio de ambos -aunque no haga mención explícitamente de ello por ser de sobra conocido- como un camino de fidelidad, de servicio y de identificación con la Palabra de Dios, siguiendo las huellas del Señor.

Relatos, sumarios y discursos. Para componer su historia, Lucas usa con libertad todos los recursos literarios de la cultura de su tiempo, como los «relatos» en los que, a veces, mezcla el realismo de las reacciones humanas con el halo maravilloso de apariciones y prodigios; los «sumarios», que son como paradas narrativas para mirar hacia atrás y hacia delante, con el fin de resumir y dejar caer claves de interpretación; y sobre todo los «discursos» que el autor pone en boca de los principales personajes: Pedro, Esteban, Pablo, etc. Los catorce discursos, cuidadosamente elaborados por Lucas, ocupan casi una tercera parte de la obra y cumplen en el libro de los Hechos la misma función que las palabras de Jesús en los evangelios: la Buena Noticia proclamada por los primeros misioneros que ilumina este primer capítulo de la historia de la Iglesia, presentada en episodios llenos de vida y dramatismo.

Nacimiento y primeros pasos de la Iglesia. El libro de los Hechos nos trae a la memoria el nacimiento, la consolidación y expansión de la Iglesia, continuadora de Cristo y su misión, en muchas Iglesias o comunidades locales de culturas y lenguas diferentes que forman, entre todas, la gran unidad del Pueblo de Dios. Primero es la Iglesia rectora de Jerusalén de donde todo arranca; después toma el relevo Antioquía, y así sucesivamente. La expansión no es sólo geográfica; es principalmente un ir penetrando y ganando para el Evangelio hombres y mujeres de toda lengua y nación. Ésta es la constante del libro que culmina en la última página, en Roma.
La organización de las Iglesias que nos presenta Lucas es fluida, con un cuerpo rector local de «ancianos» (en griego presbíteros). Los apóstoles tienen la responsabilidad superior. Hay constancia de una vida sacramental y litúrgica: bautismo, imposición de manos o ministerio ordenado, celebraciones y catequesis.

El libro de los Hechos y el cristiano de hoy.
Como Palabra de Dios, el libro de los Hechos sigue tan vivo y actual, hoy, como hace dos mil años. El mismo Espíritu que animó y sostuvo a aquellas primeras comunidades cristianas, sigue presente y operante en la Iglesia de hoy, impulsando, animando y confortando a los testigos del Evangelio de nuestros días. Hoy como entonces, Lucas nos interpela con la misma llamada a la conversión y al seguimiento de Jesús en una fraternidad que no conoce fronteras donde se vive ya, en fe y en esperanza, la salvación que Jesús nos trajo con su muerte y resurrección. Finalmente, es un libro que nos da la seguridad de que la Palabra de Salvación, impulsada por el Espíritu, no será nunca encadenada ni amordazada porque lleva en sí el aliento del poder y del amor salvador de Dios.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Hechos 21,1-16Viaje a Jerusalén. Va a comenzar el tercer y último viaje de Pablo que terminará en Roma. Hasta ahora, a lo largo de ocho capítulos de su libro (13-20), Lucas ha presentado a un Pablo activo, misionero luchador e infatigable, triunfador y taumaturgo. ¿Cae el narrador en la tentación fácil de darnos una imagen triunfalista del Apóstol? En absoluto. Los restantes ocho capítulos (21-28) nos van a presentar la otra imagen del misionero, quizás la más auténtica y fascinante: el Pablo pasivo, prisionero del Espíritu. Así pues, ocho capítulos dedica Lucas a los 12 años de «actividad» de Pablo y ocho capítulos dedica también a los tres años de su «pasividad». El paralelismo entre ambas etapas podrá aparecer desproporcionado. ¿No será que Lucas considera los tres años de pasividad de Pablo tan importantes como los doce de actividad o quizás más importantes? El Apóstol va a cumplir en esta última etapa el programa que Jesús le preparó al comienzo de su misión: «es mi instrumento elegido para difundir mi nombre... yo le mostraré lo que tiene que sufrir por mi nombre» (9,15s).
Así pues, una vez que Lucas nos ha contado todo lo que le interesaba decir acerca de la actividad misionera de Pablo, su celo, sus iniciativas, sus triunfos, sus milagros, al narrador le queda por expresar lo más importante: la entrada del Apóstol en el misterio de la muerte y resurrección del Señor, a través de su propio sufrimiento y muerte, expresión máxima del poder del Espíritu y de la Palabra en el fiel imitador de Cristo.
Las notas del viaje hacia la Ciudad Santa nos permiten asomarnos y descubrir que las costas del mar Egeo, hacia el año 54, estaban sembradas de comunidades cristianas y que Pablo era un gran personaje bien recibido en cualquier Iglesia local. Cuando Jesús se dispone a subir a Jerusalén para padecer (cfr. Luc_9:51), es plenamente consciente de su destino y se lo puede anunciar una y otra vez a sus discípulos. Pablo se dispone a seguir a Jesús (cfr. Luc_9:52-62) sin conocer su destino. Amigos y colaboradores, sospechando el posible peligro que le esperaba en Jerusalén, sobre todo después del profético anuncio de Ágabo (Luc_21:10s) tratan de impedir su viaje; pero ante la firme decisión del Apóstol se resignan con un «que se cumpla la voluntad del Señor».


Hechos 21,17-26En Jerusalén. Tal y como nos lo narra Lucas, el encuentro entre Pablo y la Iglesia de Jerusalén nos deja un poco perplejos. No sabemos lo que en realidad ocurrió, aunque sí debió ser un encuentro desagradable y dramático para el Apóstol. Más que encuentro habría que hablar de desencuentro. En otras palabras, su viaje históricamente fue un fracaso. Con la subida, pues, a Jerusalén comienza la pasión de Pablo. A Lucas, sin embargo, no le interesa darnos los detalles históricos. Cuando narra los hechos, la Iglesia de Jerusalén había ya desaparecido completamente o contaba muy poco, ¿para qué recordar, pues, viejas querellas y antagonismos? En la mente y en el corazón del narrador está siempre la preocupación por resaltar la unidad de «toda» la Iglesia por encima de facciones y antagonismos, por eso su narración es calculada en lo que dice y en lo que no dice.
No dice, por ejemplo, el motivo principal que tuvo Pablo para ir a Jerusalén, es decir, la entrega de la importante colecta que con tanto esfuerzo había llevado a cabo junto con sus colaboradores, y que representaba un signo de comunión y solidaridad entre la Iglesia madre y las nuevas Iglesias. Es probable que la colecta fuera rechazada por una serie de motivos complejos. No hay que descartar entre otros, el clima pre-revolucionario que existía en la ciudad a mediados de los años 50 y que terminará en la insurrección armada del año 66, que llevó a los judíos a un verdadero suicidio colectivo con la destrucción de la ciudad en el año 70 a manos de los ejércitos de Roma. Los judíos vivían ya una histeria de pureza racial y cualquier contacto con paganos era sospechoso de traición. En estas circunstancias recibir dinero de extranjeros era altamente peligroso, aun para la comunidad judeo-cristiana de la ciudad que estaba preocupada por su supervivencia.
Lucas dice que el primer recibimiento de Pablo y su comitiva fue cordial. Sin embargo, cuando Pablo se sentó a hablar con Santiago y los líderes de la comunidad, no puede disimular la tensión existente. Pablo les comunica la gran cantidad de paganos que habían recibido la fe, aunque calla que también lo hicieron muchos judíos. Ellos, a su vez, comunican a Pablo que millares de judíos se habían convertido en Jerusalén y que, sin embargo, habían permanecido fieles a las leyes judías. Acto seguido, acusan a Pablo de enseñar a los judíos convertidos que viven entre paganos a abandonar la ley de Moisés. La acusación era injusta. El Apóstol, sin embargo, no se defiende y sigue el consejo de Santiago de realizar un acto público en el templo, corriendo con los gastos, para aclarar los posibles malentendidos de su presencia en la ciudad. De paso, le recuerdan a Pablo las cláusulas del Concilio de Jerusalén, como mínimo exigido a los paganos convertidos, miembros de comunidades mixtas.
Hechos 21,27-40Arrestado en el templo. El plan juicioso de Santiago fracasa justo cuando iba a ponerse en práctica. Al relato anterior, comedido y conciliador, sigue la detallada narración del arresto de Pablo, a través de la cual Lucas nos da su interpretación sistemática de los hechos: el poder romano interviene para defender a Pablo contra las agresiones de los judíos. Todo comienza con un pretexto malicioso. Estaba prohibido a los paganos, bajo pena de muerte, traspasar la barrera del atrio exterior del templo porque su presencia podía contaminar el lugar sagrado. Corrió la voz de que Pablo había introducido allí a unos griegos. Suena la alarma, cierran las puertas del templo para que Pablo no pueda acogerse al derecho de asilo y lo sacan fuera para no matarlo en terreno sagrado. Se disponen a lincharlo cuando interviene la autoridad militar romana y Pablo es salvado en el último momento.
A través de esta escena dramática Lucas quiere dirigir la atención del lector a otro drama de mayor alcance: Jerusalén rechaza la última oferta del Evangelio. Pablo, como Jesús, le traía la paz (cfr. Luc_19:42) y le responden con la guerra (cfr. Sal_120:7). Cuando se lleven a Pablo, Jerusalén quedará atrás y ya no volverá a aparecer en el resto del libro de los Hechos. El comandante romano salvará a Pablo de la muerte encadenándolo y así, hasta el final del libro, Pablo será un prisionero traído y llevado de un lugar a otro, hasta llegar a Roma.