II Reyes  23 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 37 versitos |
1 El rey ordenó que se presentasen ante él todos los ancianos de Judá y de Jerusalén.
2 Luego subió al templo, acompañado de todos los judíos y los habitantes de Jerusalén, los sacerdotes, los profetas y todo el pueblo, chicos y grandes. El rey les leyó el libro de la alianza encontrado en el templo.
3 Después, de pie sobre el estrado, selló ante el Señor la alianza, comprometiéndose a seguirle y cumplir sus preceptos, normas y mandatos, con todo el corazón y con toda el alma, cumpliendo las cláusulas de la alianza escritas en aquel libro. El pueblo entero suscribió la alianza.
4 Luego mandó el rey al sumo sacerdote Jelcías, a los sacerdotes de segundo orden y a los porteros que sacaran del templo todos los utensilios fabricados para Baal, Astarté y todo el ejército del cielo. Los quemó fuera de Jerusalén, en los campos del Cedrón, y llevaron las cenizas a Betel.
5 Suprimió a los sacerdotes establecidos por los reyes de Judá para quemar incienso en los lugares altos de las poblaciones de Judá y alrededores de Jerusalén, y a los que ofrecían incienso a Baal, al sol y a la luna, a los signos del zodíaco y al ejército del cielo.
6 Sacó del templo el poste sagrado y lo llevó fuera de Jerusalén, al torrente Cedrón lo quemó junto al torrente y lo redujo a cenizas, que echó a la fosa común.
7 Derribó las habitaciones del templo dedicadas a la prostitución sagrada, donde las mujeres tejían mantos para Astarté.
8 Hizo venir de las poblaciones de Judá a todos los sacerdotes y, desde Guibeá hasta Berseba, profanó los lugares altos donde estos sacerdotes ofrecían incienso. Derribó la capilla de los sátiros que había a la entrada de la puerta de Josué, gobernador de la ciudad, a mano izquierda según se entra.
9 Pero a los sacerdotes de los santuarios paganos no se les permitía subir al altar del Señor en Jerusalén, sino que sólo comían panes ázimos entre sus hermanos.
10 Profanó el horno del valle de Ben-Hinón, para que nadie quemase a su hijo o su hija en honor de Moloc.
11 Hizo desaparecer los caballos que los reyes de Judá habían dedicado al sol, en la entrada del templo, junto a la habitación del eunuco Natanmélec, en las dependencias del templo; quemó el carro del sol.
12 También derribó los altares en la azotea de la galería de Acaz, construidos por los reyes de Judá, y los altares construidos por Manasés en los dos atrios del templo; los trituró y esparció el polvo en el torrente Cedrón.
13 Profanó los santuarios paganos que miraban a Jerusalén, al sur del monte de los Olivos, construidos por Salomón, rey de Israel, en honor de Astarté el ídolo abominable de los fenicios, Camós el ídolo abominable de Moab y Malcón el ídolo abominable de los amonitas.
14 Destrozó las piedras conmemorativas, cortó los postes sagrados y llenó el lugar que ellos ocupaban con huesos humanos.
15 Derribó también el altar de Betel y el santuario construido por Jeroboán, hijo de Nabat, con el que hizo pecar a Israel. Lo trituró hasta reducirlo a polvo, y quemó el poste sagrado.
16 Al darse la vuelta, Josías vio los sepulcros que había allí en el monte; entonces envió a recoger los huesos de aquellos sepulcros, los quemó sobre el altar y los profanó, según la Palabra del Señor anunciada por el profeta, cuando Jeroboán, en la fiesta, estaba de pie ante el altar. Al darse la vuelta, Josías levantó la vista hacia el sepulcro del profeta que había anunciado estos sucesos,
17 y preguntó:
–¿Qué es aquel mausoleo que estoy viendo?
Los de la ciudad le respondieron:
– Es el sepulcro del profeta que vino de Judá y anunció lo que acabas de hacer con el altar de Betel.
18 Entonces el rey ordenó:
–¡Déjenlo! Que nadie remueva sus huesos.
Así se conservaron sus huesos junto con los del profeta que había venido de Samaría.
19 Josías hizo desaparecer también todos los edificios de los santuarios que había en las poblaciones de Samaría, construidas por los reyes de Israel para irritar al Señor; hizo con ellos lo mismo que en Betel.
20 Sobre los altares degolló a los sacerdotes de los santuarios paganos que había allí, y quemó encima huesos humanos. Luego se volvió a Jerusalén,
21 y ordenó al pueblo:
– Celebren la Pascua en honor del Señor, su Dios, como está prescrito en este libro de la alianza.
22 No se había celebrado una Pascua semejante desde el tiempo en que los jueces gobernaban a Israel ni durante todos los reyes de Israel y Judá.
23 Fue el año dieciocho del reinado de Josías cuando se celebró aquella Pascua en Jerusalén en honor del Señor.
24 Para cumplir las cláusulas de la ley, escritas en el libro que el sacerdote Jelcías encontró en el templo, Josías extirpó también a los nigromantes y adivinos, ídolos, fetiches y todas las monstruosidades que se veían en territorio de Judá y en Jerusalén.
25 Ni antes ni después hubo un rey como él, que se convirtiera al Señor con todo el corazón, con toda el alma y con todas sus fuerzas, conforme en todo con la ley de Moisés.
26 Sin embargo, el Señor no aplacó su furor contra Judá, por lo mucho que le había irritado Manasés.
27 El Señor dijo:
– También a Judá la apartaré de mi presencia, como hice con Israel; y repudiaré a Jerusalén, mi ciudad elegida, y al templo en que determiné establecer mi Nombre.
28 Para más datos sobre Josías y sus empresas, véanse los Anales del Reino de Judá.
29 En su tiempo, el faraón Necó, rey de Egipto, subió a ver al rey de Asiria, camino del Éufrates. El rey Josías salió a hacerle frente, y Necó lo mató en Meguido, al primer encuentro.
30 Sus siervos pusieron el cadáver en un carro, lo trasladaron de Meguido a Jerusalén y lo enterraron en su sepulcro. Entonces la gente tomó a Joacaz, hijo de Josías, lo ungieron y lo nombraron rey sucesor.
31

Joacaz de Judá (609)
2 Cr 36,1-4

Cuando Joacaz subió al trono tenía veintitrés años, y reinó tres meses en Jerusalén. Su madre se llamaba Jamutal, hija de Jeremías, natural de Libna.
32 Joacaz hizo lo que el Señor reprueba, igual que sus antepasados.
33 El faraón Necó lo encarceló en Ribla, provincia de Jamat, para impedirle reinar en Jerusalén, e impuso al país un tributo de tres mil kilos de plata y treinta de oro.
34 El faraón Necó nombró rey a Eliacín, hijo de Josías, como sucesor de su padre, Josías, y le cambió el nombre por el de Joaquín. A Joacaz se lo llevó a Egipto, donde murió.
35 Joaquín entregó al faraón la plata y el oro, pero para ello tuvo que imponer una contribución a la nación: cada uno, según su tarifa, pagó la plata y el oro que había que entregar al Faraón.
36

Joaquín de Judá (609-598)
2 Cr 36,5-8

Cuando Joaquín subió al trono tenía veinticinco años, y reinó once años en Jerusalén. Su madre se llamaba Zebida, hija de Fedayas, natural de Rumá.
37 Hizo lo que el Señor reprueba, igual que sus antepasados.

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Introducción a II Reyes 

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Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

II Reyes  23,1-30Josías de Judá. Junto con su bisabuelo Ezequías, Josías es el único rey de Judá que merece el calificativo de rey justo, equiparable a David. De Josías sabemos que retoma la política reformadora de su bisabuelo; según la narración, todo comienza porque Josías ordena una remodelación y reparación del edifico del Templo. En dichos trabajos, el sacerdote Jelcías encuentra una copia del libro de la Ley, el cual, después de haberlo leído, envía al rey para que también él lo lea. Una vez que ha escuchado Josías el contenido del rollo, «se rasgó las vestiduras» (22,11) en señal de humillación y de reconocimiento de que el pueblo estaba muy lejos de lo exigido por el Señor.
Consultada la profetisa Julda por orden del rey, retoma la profecía del castigo de Judá (22,16s), pero al mismo tiempo envía un mensaje de tranquilidad como respuesta del Señor a la humillación y el reconocimiento del pecado del pueblo (22,18-20). Con este trasfondo podremos entender mejor las seis grandes acciones que emprende el rey: 1. Una vez leído el rollo delante de todo el pueblo, el rey sella ante el Señor una alianza suscrita por todos (23,1-3), al igual que había hecho Josué en Siquén siglos antes (cfr. Jos_24:1-28). 2. Renovada y suscrita la alianza, Josías emprende la purificación del culto; esto implica la abolición definitiva de todos los santuarios locales y de todos los reductos de culto a otras divinidades que queden en el reino (Jos_23:4-15). 3. Centraliza definitivamente el culto en Jerusalén y hace venir a la ciudad a todos los sacerdotes que oficiaban en los santuarios locales (Jos_23:8). 4. Su acción abarca también los territorios del norte donde alcanza su reinado, pues muchos de ellos han sido recuperados por el mismo Josías para Judá; allí derriba el altar de Betel que había construido Jeroboán cuando la división del reino, así como los centros de culto en los lugares altos dispersos por toda Samaría (Jos_23:15-20). 5. Una vez realizado este trabajo, sólo queda una cosa: la celebración de la Pascua en honor del Señor, porque «no se había celebrado una Pascua semejante desde el tiempo en que los jueces gobernaban a Israel ni durante todos los reyes de Israel y Judá» (Jos_23:22). 6. Para ajustarse más todavía a las exigencias del libro de la Ley, hace desaparecer también a nigromantes, adivinos, ídolos, fetiches y todos los aborrecibles objetos de cultos extraños que aún quedaban en Judá y en Jerusalén (Jos_23:24).
Pero ni la humillación del rey, ni la renovación de la alianza, ni las reformas cultuales y religiosas logran apartar la profecía de la destrucción de Jerusalén. Desafortunadamente, en la lectura que hace el deuteronomista de los acontecimientos históricos mundiales de la época, sólo se tiene en cuenta la tesis del castigo del que se ha hecho merecedor el pueblo de Judá por sus infidelidades y rebeldías, un punto de vista muy limitado. Con ello queda en entredicho la imagen de ese Dios justo y misericordioso, lleno de bondad y de paciencia que se percibe en otros momentos de la vida del pueblo. No estamos ante el Dios que por encima de todo ama y perdona, el que siglos más tarde nos va a revelar Jesús de Nazaret y al cual nosotros debemos adherir nuestra fe.


II Reyes  23,31-35Joacaz de Judá. Después de la muerte de Josías comienza ya a dibujarse la curva de la caída definitiva de Judá. Joacaz, en el poco tiempo que reina, prefiere volver a las prácticas de su bisabuelo Manasés y de los demás reyes que hicieron lo que el Señor reprueba. Pese a las amenazas internacionales del poderío babilónico que se cierne sobre todo el Cercano Oriente, Egipto quiere demostrar que también es fuerte: somete a Judá, deporta al rey, lo suplanta por otro miembro de la familia de Josías y obliga al antiguo reino a pagar un fuerte tributo. Joacaz muere en tierra egipcia, quizá como un presagio de la desgracia que está por llegar a toda la nación judaíta.
II Reyes  23,36-37Joaquín de Judá. Joaquín es el rey que Egipto ha impuesto en Judá; su verdadero nombre era Eliacim, pero el faraón se lo cambia por el de Joaquín. Todavía bajo el dominio egipcio, Nabucodonosor de Babilonia somete a Judá. El rey Joaquín se rebela, pensando tal vez que Egipto lo defendería; sin embargo, Babilonia intensifica sus ataques y no sólo mantiene sometida a Judá, sino que además arrincona a Egipto al arrebatar sus últimos territorios en Canaán (24,7). De nuevo se recalca que todas estas acciones contra Judá son enviadas por el Señor para castigar los pecados de los reyes que no fueron fieles al querer divino.