Colosenses 3 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 25 versitos |
1 Por tanto, si han resucitado con Cristo, busquen los bienes del cielo, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios,
2 piensen en las cosas del cielo, no en las de la tierra.
3 Porque ustedes están muertos y su vida está escondida con Cristo en Dios.
4 Cuando se manifieste Cristo, que es vida de ustedes, entonces también ustedes aparecerán con él, llenos de gloria.
5

La praxis cristiana

Por tanto hagan morir en ustedes todo lo terrenal: la inmoralidad sexual, la impureza, la pasión desordenada, los malos deseos y la avaricia, que es una especie de idolatría.
6 Por todo eso sobrevino la ira de Dios [a los rebeldes].
7 Así se comportaban también ustedes en otro tiempo, viviendo desordenadamente.
8 Pero ahora dejen todo eso: el enojo, la pasión, la maldad, los insultos y las palabras indecentes.
9 No se mientan unos a otros, porque ustedes se despojaron del hombre viejo y de sus obras
10 para revestirse del hombre nuevo, que por el conocimiento se va renovando a imagen de su Creador.
11 Por eso ya no tiene importancia ser griego o judío, circunciso o incircunciso, bárbaro o escita, esclavo o libre, sino que Cristo lo es todo para todos.
12 Por tanto, como elegidos de Dios, consagrados y amados, revístanse de sentimientos de profunda compasión, de amabilidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia;
13 sopórtense mutuamente; perdónense si alguien tiene queja de otro; el Señor los ha perdonado, hagan ustedes lo mismo.
14 Y por encima de todo el amor, que es el broche de la perfección.
15 Y que la paz de Cristo dirija sus corazones, esa paz a la que han sido llamados para formar un cuerpo. Finalmente sean agradecidos.
16 La Palabra de Cristo habite en ustedes con toda su riqueza; instrúyanse y anímense unos a otros con toda sabiduría. Con corazón agradecido canten a Dios salmos, himnos y cantos inspirados.
17 Todo lo que hagan o digan, háganlo invocando al Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.
18

Deberes familiares y sociales

Esposas, hagan caso a sus maridos, como pide el Señor.
19 Maridos, amen a sus esposas y no las traten con aspereza.
20 Hijos, obedezcan a sus padres en todo, como le agrada al Señor.
21 Padres, no hagan enojar a sus hijos, para que no se desanimen.
22 Esclavos, obedezcan en todo a sus amos de la tierra, no con obediencia fingida o tratando de agradar, sino con sencillez de corazón y por respeto al Señor.
23 Lo que tengan que hacer háganlo de corazón, como sirviendo al Señor y no a hombres;
24 convencidos de que el Señor los recompensará dándoles la herencia prometida. Es a Cristo a quien sirven.
25 Quien cometa injusticia lo pagará, porque Dios no hace diferencia entre las personas.

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Introducción a Colosenses

COLOSENSES

Colosas. Era una pequeña ciudad de Frigia, en la provincia romana de Asia, situada a unos 200 km. al este de Éfeso y habitada por pobladores autóctonos, colonos griegos y judíos de la diáspora. Por lo que dice la carta, Colosas no fue evangelizada por Pablo, sino por Epafras, un discípulo suyo (1,7; 4,12s).

Autor, lugar y fecha de composición de la carta. La carta plantea dos problemas serios y bastante discutidos: ¿Quién la escribió? Y, ¿quiénes son los maestros de errores que se menciona en ella?
Sobre la primera pregunta, los biblistas no se ponen de acuerdo pues todos tienen buenas razones para afirmar o negar la autoría de Pablo. Sobre la segunda, se puede afirmar que son maestros de corte gnóstico, devotos de misterios y sincretistas.
A favor de la autoría de Pablo figurarían, entre otras razones, la coincidencia de nombres y situación en que fue escrita la carta a Filemón y la coherencia con muchas enseñanzas auténticas del Apóstol. En contra, la abundancia de un vocabulario peculiar; el estilo torpe; la falta de conceptos paulinos fundamentales, como fe, ley, justicia, salvación, revelación; y sobre todo, una cristología más avanzada, de signo cósmico, y una eclesiología institucionalizada afín a las cartas pastorales.
Si el autor es Pablo, la carta habría sido escrita en Éfeso, a finales de los años 50 o principios de los 60. Si el que la escribe es un discípulo de la siguiente generación que imita hábilmente la impostación epistolar para abordar con autoridad prestada un problema nuevo, la fecha de composición sería más tardía, hacia el año 80.

Los maestros de errores. Es difícil trazar el perfil de éstos porque reúnen rasgos heterogéneos. La carta alude a ellos y a sus doctrinas en negativo, es decir, refutándolos. De todas formas, y de modo general, habría que hablar de un movimiento sincretista influido por especulaciones religiosas venidas del Cercano Oriente, que se infiltró tanto en el paganismo griego como en el judaísmo.
En las religiones paganas sustituyó las creencias ya desacreditadas sobre los dioses por elementos y potencias cósmicas, convertidas, a su vez, en dioses a los que se tributaba culto en fiestas, rituales y celebraciones. En el judaísmo, muchos adoptaron y acomodaron esta corriente religioso-filosófica a las fiestas y celebraciones judías, dando como resultado un protagonismo excesivo a ángeles y potestades que personificaban tales potencias y elementos cósmicos, y que influían decisivamente sobre el destino de los hombres.
En resumidas cuentas, ese universo gnóstico, esotérico y seudo religioso -algo así como la «Nueva Era» que tanto fascina a nuestro mundo de hoy- estaba también amenazando a las comunidades cristianas expuestas al ambiente que las envolvía, como era el caso de la Iglesia de Colosas. El autor de la carta da tres avisos: que nadie los engañe, que nadie los juzgue, que nadie los condene (2,4.8.16.18).

Contenido de la carta. Frente a todas esas influencias, el autor afirma y desarrolla la centralidad de Jesucristo, no en categorías jurídicas de justicia y liberación, ley y fe, sino en la visión de un Señor de todo lo creado, que incorpora a hombres y mujeres de toda raza o nación a su muerte y resurrección, y que es cabeza de la Iglesia, su cuerpo y sacramento de esta salvación universal. Él es el vencedor de todos los poderes cósmicos o históricos que pretenden señorear el mundo. Él no es «uno de tantos» mediadores a través de los cuales Dios dispensa su poder salvífico, sino el único y definitivo Salvador.
No estaban en juego cuestiones doctrinales abstractas, desligadas de la praxis de cada día, sino todo lo contrario. La carta es, en primer lugar, un alegato a favor de la salvación que Cristo nos ha traído y que nos libera de los temores y las angustias de un universo falsamente sacralizado y misterioso que escapa a nuestra comprensión; y al mismo tiempo, una palabra de aliento y de esperanza para no dejarse embaucar y poder así hacer frente, con nuestro testimonio cristiano, a todas las hegemonías políticas, económicas o religiosas que tratan de imponer su señorío sobre el mundo con falsos mesianismos.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Colosenses 3,1-4Nueva vida con Cristo. Estamos ante una de las más bellas descripciones de la vida cristiana que encontramos en la literatura paulina, en la que nos va a decir en qué consiste «el sustento y la cohesión» que vienen de Cristo, cabeza de la Iglesia. Primero, sin embargo, vuelve de nuevo sobre el tema que tenía fascinados a los creyentes de Colosas, es decir, a la amalgama de ridículas prácticas ascéticas, prohibiciones culinarias, ritos y creencias esotéricas a las que llama «preceptos y enseñanzas humanas» (2,22) y que se presentaban como salvaciones paralelas. La amonestación no puede ser más realista: nada de «no toques eso, no pruebes aquello, no lo toques con tus manos» (2,21), pues de todo ello ha sido ya liberado el creyente al recibir el bautismo, que ha significado una ruptura total, una muerte «a los poderes del mundo» (2,20), frase con la que el Apóstol resume semejante insensatez.
A continuación, viene a decirnos que si por el bautismo el cristiano ha muerto con Cristo, ha sido para resucitar con Él a una nueva realidad que hay que comenzar a vivirla ya, aquí y ahora, en nuestro diario caminar hacia la meta de su manifestación plena, cuando «ustedes aparecerán con él, llenos de gloria» (3,4). El haber ya muerto y resucitado con Cristo debe convertir al creyente en una persona con los pies bien plantados en la sociedad para transformarla con su compromiso y testimonio. Dicho de otra manera: es la tarea de hacer «presente» en este mundo el «futuro de la nueva humanidad» a la que Dios nos ha destinado en Cristo.
Esto es posible porque el Señor, muerto y resucitado, ha roto ya las limitaciones del espacio y del tiempo, y es el mismo que nos espera glorioso, «allá arriba», «sentado a la derecha de Dios» (3,1), de igual manera que es el mismo que nos acompaña «aquí abajo», oculto y siendo «vida de nuestra vida», mientras caminamos a su encuentro en nuestra terrena peregrinación: «su vida está escondida con Cristo en Dios» (3,3). Por eso, Pablo invita a los colosenses a que «busquen los bienes del cielo» (3,1)... «piensen en las cosas del cielo» (3,2), pero no para escaparse de las tareas de «aquí abajo», sino para que lo que aspiran y buscan se vaya haciendo realidad en un comportamiento verdaderamente cristiano.


Colosenses 3,5-17La praxis cristiana. Un comportamiento verdaderamente cristiano es el resultado de una transformación radical (cfr. Efe_4:24) que afecta al creyente en su dimensión individual y social; equivale a despojarse de lo caduco y revestirse de una nueva manera de ser y de estar en el mundo. Este constante despojarse exige seriedad y compromiso, actitud a la que Pablo alude con la expresión «hagan morir en ustedes todo lo terrenal» (5), como si fueran esas partes corrompidas de nosotros mismos de las que hay que desprenderse, y que son, en primer lugar, la lujuria y la avaricia. La idolatría del sexo y la idolatría del dinero, «los dioses» principales de la sociedad corrupta de entonces -y de la de hoy-, van siempre juntas en la lista de vicios que fustiga el Apóstol. A continuación, arremete contra los pecados que destruyen la armonía de las relaciones mutuas: «el enojo, la pasión, la maldad... la mentira» (8s). Todo eso pertenece a la vieja condición, al hombre viejo (cfr. Rom_6:6).
Por el contrario, revestirse de la nueva condición, que es lo mismo que revestirse de Cristo (cfr. Rom_13:12.14; Gál_3:27), significa, en primer lugar, entrar en el dinamismo de una nueva creación en la que hombres y mujeres se van renovando «a imagen de su Creador» (10). Pablo se hace eco aquí de la tradición bíblica que veía en los nuevos tiempos -los tiempos escatológicos- un retorno a la paz y armonía del paraíso (cfr. Isa_11:6-9). Y si ser «imagen de Dios» es lo que confiere la verdadera dignidad a todos y cada uno de los seres humanos, consecuentemente todas las barreras que dividen y discriminan deben desaparecer: ya «no tiene importancia ser griego o judío, circunciso o incircunciso, bárbaro o escita, esclavo o libre, sino que Cristo lo es todo para todos» (11).
Esta «verdadera revolución del mensaje evangélico» no es para el Apóstol un mero sueño utópico, sino que ya se está llevando a cabo gracias a una fuerza infinitamente más poderosa que todo el poder desencadenado por todas las revoluciones políticas, sociales o ideológicas que han agitado nuestro mundo dejándolo, la mayoría de las veces, peor de lo que estaba. Esta fuerza es el amor: «por encima de todo el amor, que es el broche de la perfección» (14), que penetra en el corazón del creyente por medio de la «Palabra de Cristo... con toda su riqueza» (16), a la que se refiere Juan en su evangelio con expresiones como: «en ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres... luz verdadera que ilumina a todo hombre» (Jua_1:4.9). Es la vida que ve Pablo en «la compasión entrañable... la mansedumbre... la paciencia» (12s) y en toda esa serie de comportamientos cristianos que recomienda a los colosenses y que dan como resultado una comunidad unida en la acción de gracias de la oración litúrgica, en la responsabilidad, el perdón y la ayuda mutua.

Colosenses 3,18-24Deberes familiares y sociales. Estas recomendaciones familiares aparecen en muchos escritos epistolares del Nuevo Testamento, como si constituyeran un «género literario» de rigor con que cerrar las cartas (cfr. ,9; ,12; 1Ti_2:8-15; 1Ti_5:3-8; Tit_2:1-10). Puede que su finalidad sea apologética, es decir, tranquilizar a los paganos que sospechaban que el cristianismo había venido a desestabilizar la armonía de las relaciones entre esposas y maridos, hijos y padres, amos y esclavos, quienes componían la «casa doméstica» o célula familiar de entonces. Son evidentemente relaciones marcadas por el «sometimiento» de las mujeres a los maridos, de los esclavos a los amos, etc., y que hoy están totalmente fuera de lugar.
Los consejos de Pablo son ambivalentes. Por una parte, es hijo de la cultura y de los prejuicios patriarcales y machistas de su tiempo, lo mismo que de la institución de la esclavitud, pero por otra, señala claramente el criterio que debe presidir todo tipo de relación doméstica: «como le agrada al Señor» (Tit_3:20), «como sirviendo al Señor» (Tit_3:23), «es a Cristo a quien sirven» (Tit_3:24), «también ustedes tienen un Señor en el cielo» (Tit_4:1). Éste es el verdadero mensaje del Apóstol que irá poco a poco destruyendo toda desigualdad y sometimiento, tanto doméstico como social, más allá de lo que él imaginaba o nosotros mismos podemos imaginar.