I Pedro 3 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 22 versitos |
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Matrimonios

Así también ustedes, las esposas, respeten a sus maridos, de modo que, aunque algunos de ellos no crean el mensaje, por la conducta de sus esposas, aun sin palabras, queden ganados
2 al observar el proceder casto y respetuoso de ustedes.
3 Que el adorno de ustedes no consista en cosas externas: peinados rebuscados, joyas de oro, trajes elegantes;
4 sino en lo íntimo y oculto: en la modestia y serenidad de un espíritu incorruptible. Eso es lo que tiene valor a los ojos de Dios.
5 Así se adornaban en otros tiempos las santas mujeres que esperaban en Dios y se sometían a sus maridos:
6 Como Sara, que obedecía a Abrahán llamándolo señor. Obrando bien y no dejándose inquietar por ninguna clase de temor, ustedes se hacen hijas de ella.
7 Los maridos, a su vez, sean comprensivos con sus esposas, denles el honor que les corresponde, no sólo porque la mujer es más delicada sino también porque Dios les ha prometido a ellas la misma vida que a ustedes. Háganlo así para que nada estorbe sus oraciones.
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Paciencia a ejemplo de Cristo

Finalmente, vivan todos unidos, tengan un mismo sentir, sean compasivos, fraternales, misericordiosos, humildes;
9 no devuelvan mal por mal ni injuria por injuria, al contrario bendigan, ya que ustedes mismos han sido llamados a heredar una bendición.
10 Si uno quiere vivir y pasar años felices, guarde su lengua del mal y sus labios de la falsedad,
11 apártese del mal y haga el bien, busque la paz y corra tras ella.
12 Porque los ojos del Señor se fijan en el honrado, sus oídos escuchan sus súplicas; pero el Señor se enfrenta con los malhechores.
13 ¿Quién podrá hacerles daño si ustedes se preocupan siempre en hacer el bien?
14 Y si padecen por la justicia, dichosos ustedes. No teman ni se inquieten,
15 sino honren a Cristo como Señor de sus corazones. Estén siempre dispuestos a defenderse si alguien les pide explicaciones de su esperanza,
16 pero háganlo con modestia y respeto, con buena conciencia; de modo que los que hablan mal de su buena conducta cristiana queden avergonzados de sus propias palabras.
17 Es mejor sufrir por hacer el bien, si así lo quiere Dios, que por hacer el mal.
18 Porque Cristo murió una vez por nuestros pecados, el justo por los injustos para llevarlos a ustedes a Dios: sufrió muerte en el cuerpo, resucitó por el Espíritu
19 y así fue a proclamar también a las almas encarceladas:
20 a los que en un tiempo no creían, cuando la paciencia de Dios esperaba y Noé fabricaba el arca, en la cual unos pocos, ocho personas, se salvaron atravesando el agua.
21 Para ustedes, todo esto es símbolo del bautismo que ahora los salva, que no consiste en lavar la suciedad del cuerpo, sino en el compromiso con Dios de una conciencia limpia; por la resurrección de Jesucristo,
22 que subió al cielo y está sentado a la derecha de Dios después de poner bajo su dominio a los ángeles, a las potestades y a las dominaciones.

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Introducción a I Pedro

1ª PEDRO

Autor, fecha de composición y destinatarios de la carta. El autor se introduce en el saludo como «Pedro, apóstol de Jesucristo»; al final, dice que escribe desde Babilonia, denominación intencionada de Roma. A lo largo de la carta se presenta como anciano, testigo presencial de la pasión y gloria de Cristo (5,1); cita, aunque no verbalmente, enseñanzas de Cristo.
La tradición antigua ha atribuido la carta a Pedro desde muy pronto. Hoy no estamos tan seguros de esto por una serie de razones. He aquí algunas: ante todo, el lenguaje y estilo griegos, impropios de un pescador galileo; la carta cita el Antiguo Testamento en la versión de los Setenta, no en hebreo, y lo teje suavemente con su pensamiento. Faltan los recuerdos personales de un compañero íntimo de Jesús. Y así, otras objeciones a las que los partidarios de la autoría de Pedro responden con respectivas aclaraciones. El balance de la argumentación deja, por ahora, la solución indecisa.
Una posibilidad: el autor es Pedro, anciano y quizás prisionero, cercano a la muerte. Escribe una especie de testamento, cordial y muy sentido. Su argumento principal es la necesidad y el valor de la pasión del cristiano a ejemplo y en unión con Cristo. Encarga la redacción a Silvano (5,12). La escribió antes del año 67, fecha límite de su martirio, a los cristianos que sufrían la persecución de Nerón.
Otra posibilidad: la carta es de un autor desconocido perteneciente al círculo de Pedro, que, en tiempos difíciles, quiere llevar una palabra de aliento a otros fieles, y para ello se vale del nombre y de la autoridad del apóstol. La escribiría a mitad de la década de los 90, para comunidades cristianas que atraviesan tiempos difíciles y quizás también de persecución bajo el emperador Domiciano.

Contenido de la carta. Aunque tenga más apariencia de carta que, por ejemplo, la de Santiago, como lo demuestra el saludo, la acción de gracias y el final, en realidad se parece más a una homilía, al estilo de la Carta a los Hebreos.
El tema dominante del escrito es la pasión de Cristo, en referencia constante a los sufrimientos de los destinatarios, comunidades pobres y aisladas que estaban experimentando una doble marginación; por una parte, el ostracismo y la incomprensión de un ambiente hostil, y por otra, el aislamiento a que les conducía su mismo estilo de vida cristiano, incompatible con el modo de vivir pagano.
Aquellos hombres y mujeres sabían lo que les esperaba cuando, por medio del bautismo, se convirtieron en seguidores de Jesús. De ahí que el autor haga referencia constante a la catequesis y a la liturgia bautismal, que marcaron sus vidas para siempre. Ahora se las recuerda para que en la fe y en la esperanza se mantengan firmes en medio de la tribulación.
El autor pone insistentemente ante sus ojos el futuro que les aguarda si permanecen fieles, es decir: «una herencia que no puede destruirse, ni mancharse, ni marchitarse, reservada para ustedes en el cielo» (1,4), pero no para que se desentiendan de los deberes de la vida presente, sino todo lo contrario, para que con una conducta intachable: «Estén siempre dispuestos a defenderse si alguien les pide explicaciones de su esperanza» (3,15). Esta vida de compromiso cristiano viene comparada en la carta a un «sacerdocio santo, que ofrece sacrificios espirituales, aceptables a Dios por medio de Jesucristo» (2,5).

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

I Pedro 3,1-7Matrimonios. El más importante testimonio cristiano es el dado en el seno de la familia. Dirige primero una larga exhortación a la esposa, pensando seguramente en las mujeres cristianas casadas con paganos. Después se dirigirá brevemente a los maridos cristianos. A éstas les exige la castidad conyugal, el «sometimiento» al marido y la modestia y serenidad interiores que pueden mantener el matrimonio unido en convivencia pacífica, e incluso atraer al esposo a la fe. En la exhortación a los maridos cristianos afirma la mayor debilidad corporal de la mujer y la igualdad espiritual en compartir la herencia del cielo.
El discípulo de Pedro es hijo de la cultura de su tiempo y, aunque el Evangelio trajo la igualdad de todos ante Dios (cfr. Gál_3:28), todavía se regía por los prejuicios machistas de la sociedad patriarcal en que vivía. En este sentido hay que tomar también el recelo del discípulo respecto a los adornos de la mujer. Sobre el exagerado ornato de éstas pronuncia Isaías una sátira divertida (cfr. Isa_3:18-23).


I Pedro 3,8-22Paciencia a ejemplo de Cristo. El ideal de concordia familiar se extiende a toda la comunidad cristiana, cuyos miembros, como hermanos de una sola familia, comparten la bendición de una herencia común. Los versículos 10-12 están inspirados en Sal_34:12-16; esta amplia cita en una carta breve muestra que los salmos se iban incorporando a la piedad cristiana e inspiraban la conducta.
A continuación, el discípulo vuelve a su tema favorito: el sufrimiento en razón de la fe que profesan. Más que a una persecución concreta, el autor de la carta parece referirse de nuevo a la marginación social que les imponía su misma condición de cristianos, la cual les apartaba de las prácticas y costumbres paganas, como las que señalará después en 4,3, conducta que les hacían parecer gente rara a los ojos de sus conciudadanos paganos. Es posible que la extrañeza ante el proceder de los cristianos fuera acompañada, a veces, de hostilidad y agresividad, sobre todo por ser los creyentes de clase humilde. Es comprensible, pues, que vivieran atemorizados.
El discípulo les anima a no tener miedo y conservar la calma. Es más, la situación puede convertirse en ocasión de dar testimonio de «su esperanza» (15). Es interesante que fuera la esperanza el aspecto llamativo de los cristianos y lo que causara extrañeza a los paganos, a quienes Pablo se refiere en Efe_2:12 como gente sin «esperanza y sin Dios en el mundo». La recomendación que el discípulo de Pedro les hace es una lección práctica de evangelización misionera en un contexto de pluralismo religioso, como el nuestro de hoy: estén dispuestos a defender -su esperanza- «con modestia y respeto, con buena conciencia» (16), pero firmes en la fe.
Si el testimonio evangélico lleva consigo la persecución y el sufrimiento, sufrir por hacer el bien les asemejará a Jesucristo. Para darles ánimo y esperanza en la victoria final, el discípulo les propone el ejemplo del sufrimiento inocente del Señor, cuya resurrección por el Espíritu trajo la oferta de salvación universal a todos, incluso a las «almas encarceladas» (19) de los pecadores de antaño, a los que el pensamiento mítico-religioso del Antiguo Testamento asignaba un lugar en el mundo subterráneo y tenebroso de los muertos, al que denominaban «infierno», cuyo significado no tiene nada que ver con el concepto cristiano de infierno como condenación eterna. También allí el Señor resucitado «fue a proclamar» (19) su mensaje de salvación. Jesucristo, compartiendo la suerte de todos los hombres y mujeres, baja al mundo de los muertos, no para quedarse, sino para proclamar la liberación (cfr. Isa_61:1).
El versículo 19 es uno de los textos más enigmáticos de todo el Nuevo Testamento, el cual ha encontrado eco hasta en nuestro Credo cristiano: «Descendió a los infiernos». Este descenso salvador debió ser muy importante para los primeros cristianos, como lo atestiguan las referencias de Efe_4:8-10 y Rom_10:7; les preocupaba la suerte de los pecadores y, en general, la de todos los que vivieron y murieron antes de Cristo. ¿Entraron también ellos en el plan salvador de Dios? ¿Se salvaron aunque no habían conocido a Cristo ni recibido el bautismo? Esta preocupación sobre la posible salvación de los antepasados ha estado presente en toda la historia de la evangelización de la Iglesia, especialmente en Asia, cuya cultura dio y sigue dando tanta importancia al mundo de los ancestros. La respuesta ambigua o negativa de los primeros evangelizadores de aquellas tierras constituyó entonces un grave obstáculo para la propagación del Evangelio. Con esta imagen enigmática de Cristo descendiendo y proclamando, el discípulo nos quiere decir simplemente que, en virtud de su muerte y resurrección, Jesucristo vino a ofrecer su salvación a todos los hombres y mujeres de todos los tiempos.