LEVITICO
De todos los libros del Antiguo Testamento, el Levítico es el más extraño, el más erizado e impenetrable. Tabúes de alimentos, normas primitivas de higiene, insignificantes prescripciones rituales acobardan o aburren al lector de mejor voluntad. Hay creyentes que comienzan con los mejores deseos a leer la Biblia, y al llegar al Levítico desisten.
Es verdad que este libro puede interesar al etnólogo, porque encuentra en él, cuidadosamente formulados y relativamente organizados, múltiples usos parecidos a los de otros pueblos, menos explícitos y articulados. Sólo que no buscamos satisfacer la curiosidad etnológica. El Levítico es un libro sagrado, recogido entero por la Iglesia y ofrecido a los cristianos para su alimento espiritual como Palabra de Dios.
El Levítico, libro cristiano, ¿no sería mejor decir que es un libro abolido por Cristo? Todos los sacrificios reducidos a uno, y éste renovado en la sencillez de un convite fraterno; todas las distinciones de animales puros e impuros arrolladas por el dinamismo de Cristo, que todo lo asume y santifica. Desde la plenitud y sencillez liberadora de Cristo, el Levítico se nos antoja como un catálogo de prescripciones jurídicas abolidas, como país de prisión que recordamos sin nostalgia. Este sentido dialéctico del libro es interesante, desde luego, y llegará hasta ser necesario para denunciar la presencia reptante del pasado entre nosotros, para sanarmos de la tentación de recaída.
Entonces, ¿aquellas leyes eran malas? ¿Cómo las atribuye la Escritura a Dios? Tenemos que seguir buscando un acceso vivo a estas páginas, y no es poco que desafíen nuestro conformismo y curiosidad. El Levítico nos obliga a buscar, y esto es algo.
Contexto histórico en el que surgió el Levítico. En el s. V a.C. los judíos formaban una provincia bajo el dominio de Persia. No tenían independencia política ni soberanía nacional y dependían económicamente del gobierno imperial. No tenían rey ni tampoco, quizás, profetas, pues la época de las grandes personalidades proféticas había ya pasado. Pero eran libres para practicar su religión, seguir su derecho tradicional y resolver sus pleitos. Muchos judíos vivían y crecían en la diáspora.
En estas circunstancias el Templo y el culto de Jerusalén son la gran fuerza de cohesión, y los sacerdotes sus administradores. La otra fuerza es la Torá, conservada celosamente, interpretada y aplicada con razonable uniformidad en las diversas comunidades. Es así como surgió el enorme cuerpo legislativo conocido posteriormente con el nombre de Levítico -perteneciente al mundo sacerdotal o clerical- con todas las normas referentes al culto, aunque contiene algunas de ámbito civil o laico.
Con cierta lógica, el recopilador insertó este código legal en la narrativa del Éxodo, en el tiempo transcurrido -casi dos años- desde la llegada de los israelitas al Sinaí (Éx 19) y su salida (Nm 10). Es así como el libro del Levítico llegó a formar parte del Pentateuco.
Mensaje religioso. Procuremos trasladarnos al contexto vital del libro, no por curiosidad distante, sino buscando el testimonio humano. Pues bien, en estas páginas se expresa un sentido religioso profundo: el ser humano se enfrenta con Dios en el filo de la vida y la muerte, en la conciencia de pecado e indignidad, en el ansia de liberación y reconciliación. Busca a Dios en el banquete compartido; se preocupa del prójimo tanteando diagnósticos, adivinando y previniendo contagios, ordenando las relaciones sexuales para la defensa de la familia.
El Levítico es en gran parte un libro de ceremonias, sin la interpretación viva y sin los textos recitados. En este sentido, resulta un libro de consulta más que de lectura. Pero, si superando la maraña de pequeñas prescripciones, llegamos a auscultar un latido de vida religiosa, habremos descubierto una realidad humana válida y permanente.
Traslademos el libro al contexto cristiano, y desplegará su energía dialéctica. Ante todo nos hará ver cómo lo complejo se resuelve en la simplicidad de Cristo. Pero al mismo tiempo debemos recordar que la simplicidad de Cristo es concentración, y que esa concentración exige un despliegue para ser comprendida en su pluralidad de aspectos y riqueza de contenido. Cristo concentra en su persona y obra lo sustancial y permanente de las viejas ceremonias; éstas, a su vez, despliegan y explicitan diversos aspectos de la obra de Cristo. Así lo entendió el autor de la carta a los Hebreos, sin perderse en demasiados particulares, pero dándonos un ejemplo de reflexión cristiana.
Contemplando el Levítico como un arco entre las prácticas religiosas de otros pueblos y la obra de Cristo, veremos en él la pedagogía de Dios. Pedagogía paterna y comprensiva y paciente: comprende lo bueno que hay en tantas expresiones humanas del paganismo, lo aprueba y lo recoge, lo traslada a un nuevo contexto para depurarlo y desarrollarlo. Con esos elementos encauza la religiosidad de su pueblo, satisface la necesidad de expresión y práctica religiosa. Pero al mismo tiempo envía la palabra profética para criticar el formalismo, la rutina, el ritualismo, que son peligros inherentes a toda práctica religiosa.
Levítico 7,1-38Derechos y deberes sacerdotales. Estos dos capítulos cierran la sección sobre el ritual de los sacrificios estipulados en los capítulos 1-5. El tema principal es la comida de la carne ofrecida en sacrificio y las condiciones de pureza para consumirla. Como se ha dicho, estas leyes están siendo redactadas cuando no hay Templo ni culto, y por eso exceden a veces lo real. Pero tienen un trasfondo histórico, ya que en Israel existía cierto régimen sacrificial previo al exilio. Seguramente no sería tan drástico ni meticuloso, pero sí exigente, al punto que los profetas denunciaron repetidas veces la excesiva preocupación por los holocaustos y sacrificios y la despreocupación por lo más importante, el amor y la misericordia hacia el prójimo (cfr. Isa_1:11-17; Ose_6:6; Amó_5:22-25, entre otros).
La escuela sacerdotal (P) sistematiza y regula algo que ya funcionaba, pero buscando el máximo de perfección. Para esta corriente teológico-literaria, la destrucción de Jerusalén y del Templo obedeció a las fallas cultuales; luego la restauración tendrá que tener en cuenta el perfeccionamiento del culto y de todo lo que tenga que ver con él, no sea que atraigan de nuevo el castigo y con consecuencias incluso peores. Desde esta perspectiva hay que entender cada detalle.
Hay muchos aspectos interesantes en esta legislación; algunos incluso recobran actualidad, pero el gran peligro que estuvo siempre latente y el error en que seguramente se incurrió a menudo, fue absolutizar la norma, desubicarla de su función como medio para convertirla en un fin en sí misma, trastocando su sentido. La consecuencia más directa es la grave injusticia en que se incurre al desplazar y alejar cada vez más a un gran número de personas del «círculo» de los buenos, de los que sí pueden contar con la amistad y la presencia de Dios. En este sentido, Dios se vuelve propiedad del pequeño grupo que, según la norma, sí cumple las condiciones legales para el rito, para el culto; los demás, que cada día van en aumento, no; esos son los que la Ley considera malditos.
Ante este panorama podemos imaginar el impacto que tendrá la persona de Jesús y su mensaje entre esta mayoría excluida y alejada de Dios, no por su propia voluntad, sino por voluntad de una norma elevada a la categoría de absoluta. A esta gente maldita, impura, desheredada de Dios, Jesús les dice que Dios los ama; les anuncia que Él es Padre y que así se le debe invocar, «Padre nuestro...»; ¿no es ésa la «Buena Noticia» por excelencia? Conviene que la comunidad cristiana mantenga abierta la reflexión y se autoexamine de aquello que hoy margina y aleja a muchos y muchas del amor de Dios, quizá normas y leyes supuestamente hechas en nombre de Dios y hasta del Evangelio.