1 REYES
Tema. Por el tema, los dos libros de los Reyes continúan la historia de la monarquía y la conducen en movimiento paralelo de dos reinos a la catástrofe sucesiva de ambos. Se diría una historia trágica o la crónica de una decadencia. El paralelismo de los dos reinos determina la composición del libro y hace resaltar una divergencia importante. Conspiraciones las hay en ambos reinos: al norte una conspiración produce cambio de dinastía; al sur produce cambio de monarca de la misma dinastía. Ataques externos los sufren ambos reinos: al norte favorecen los cambios dinásticos, al sur incluso los monarcas impuestos pertenecen a la dinastía de David. ¿Por qué sucede así? Porque la dinastía davídica tiene una promesa del Señor, perdura por la fidelidad de su Dios.
Horizonte histórico. El autor tiene como horizonte de su libro el pueblo de Israel, unido o dividido. Si cruza la frontera nacional es porque algún personaje extranjero se ha metido en el espacio o el tiempo de los israelitas. Le falta, sin embargo, la visión de conjunto, la capacidad de situar la historia nacional en el cuadro de la historia internacional. Quizás por falta de información, o por falta de interés, o por principio. Los profetas escritores de aquella época tuvieron un horizonte más amplio.
Al faltar dicho horizonte amplio, falta la motivación compleja de muchos hechos que el autor cuenta o recoge. Esto se puede suplir en bastantes casos con datos sacados de los libros proféticos.
El principio teológico. La historia del pueblo y de la monarquía se desarrolla bajo el signo de la alianza, que constituye a Israel como pueblo de Dios y le exige fidelidad exclusiva y cumplimiento de los mandatos; cumplimiento e incumplimiento se sancionan con bendiciones y maldiciones. Es un código de retribución basado en la relación personal del pueblo con su Dios.
La fidelidad exclusiva toma al principio la forma de veneración y culto exclusivos al Señor, eliminando todo politeísmo, idolatría o sincretismo; los lugares de culto están diseminados por el país, aunque existe un santuario central para la corte y las grandes ocasiones.
Muy pronto la fidelidad exclusiva se encuentra amenazada en los santuarios locales: dioses y cultos de fertilidad, introducción de dioses extranjeros, imágenes prohibidas; entonces surgió la idea de atacar el mal en su raíz, purificando constantemente los cultos locales, hasta extirparlos con una fuerte centralización del culto. En ese momento la fidelidad exclusiva al Señor toma la forma de culto en un solo templo.
Mensaje religioso. Se puede resumir en dos palabras: conversión y esperanza. El tema de la conversión del pueblo y el perdón de Dios está presente a lo largo de toda esta historia. La fidelidad del pueblo no es lo último, la fidelidad de Dios la abarca y la desborda. La destrucción no es lo último, la historia continúa. No solo la historia universal -que continúa cuando desaparece Siria- sino la historia de Israel como pueblo de Dios.
El autor no quiere contar la historia de un pueblo desaparecido, sino que habla a los hijos y a los nietos, llamados a continuar la historia dramática. No por méritos del pueblo, sino por la fidelidad de Dios, quedan más capítulos por vivir en la esperanza.
I Reyes 8,1-66Dedicación del templo. El nombre de Salomón va asociado a la construcción y a la inauguración del templo de Jerusalén, que marca una fecha clave en la historia bíblica (cfr. 6,1).
En el templo encontró morada y reposo definitivo el Arca de la alianza. Peregrina con el pueblo durante los años del desierto, al entrar en la tierra prometida el Arca fue instalada sucesivamente en Guilgal, en Siquén y en Siló. Desde aquí fue llevada al frente de batalla, donde cayó en manos de los filisteos, que la tuvieron bajo su control hasta los días de David, que la trasladó a Jerusalén. Aquí fue instalada, primero en casa de Obededón, luego en la tienda y hoy finalmente la vemos tomar posesión definitiva del templo.
Si se exceptúan las salidas que tenían lugar con motivo de las procesiones litúrgicas (cfr. Sal 132), el Arca, mejor dicho, la gloria de Dios, ya no abandonará el santuario hasta el 587, en que, destruida la ciudad y el templo, el Señor se exilia con los desterrados camino de Babilonia (cfr. Eze_11:22-24). El mismo Ezequiel (cfr. Eze_43:1-12) describe el retorno de la gloria o presencia divina a su morada de Jerusalén.
La nube como representación de la presencia del Señor en medio de su pueblo es un tema clásico (cfr. Éxo_40:34s). En este contexto se encuadra la expresión de Luc_1:35 : «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra», que parece inspirarse en la teología de la nube como símbolo de la presencia de Dios y de su poder fecundante. Es también Lucas el que habla de la nube que ocultó a Jesús en su ascensión al cielo, para indicarnos no su ausencia, sino su cambio de presencia entre nosotros (cfr. Hch_1:9).
En realidad, la imagen de la nube, que podría tener su origen en la cortina de incienso que llenaba el santuario durante las celebraciones litúrgicas, era muy apta para plasmar la presencia divina, trascendente e inmanente al mismo tiempo.
En la oración, de cuño deuteronomista, se destacan los temas siguientes. En primer lugar, la fidelidad. La historia bíblica está construida, en buena parte, sobre el esquema «promesacumplimiento». Desde sus mismos comienzos, la historia sagrada está jalonada de una cadena sucesiva de promesas, que se van cumpliendo a plazo más o menos largo. Este esquema pone de relieve dos ideas teológicas: por una parte, la fidelidad de Dios en cumplir su palabra, y, por otra, la eficacia de las palabras o promesas divinas, que vienen a ser como el principio dinámico y desencadenante de la historia de la salvación.
Sigue el tema de la trascendencia divina: «¿Es posible que Dios habite en la tierra? Si no cabes en el cielo y en lo más alto del cielo, ¡cuánto menos en este templo que te he construido!» (27). Es la eterna tensión entre trascendencia e inmanencia. Posiblemente estas palabras de Salomón, de origen deuteronomista, tienen un trasfondo polémico contra ciertas tradiciones y autores que subrayaban excesivamente la inmanencia de Dios y circunscribían su presencia a los recintos sagrados. Los deuteronomistas quieren dejar bien claro que Dios es inabarcable y que no solamente los santuarios sino ni siquiera los cielos lo pueden contener.
Finalmente, la oración apela de una manera general a la condescendencia y misericordia de Dios: «Escucha la suplica de tu siervo y de tu pueblo, Israel, cuando recen en este sitio; escucha tú desde tu morada del cielo, escucha y perdona» (30).
La apertura universalista (41-43) es propia del tiempo del destierro (segundo Isaías) y del período postexílico. El tercer Isaías (cfr. Isa_56:67) nos ofrece un buen contexto para encuadrar estos versículos de la oración de Salomón.
El tema de Jerusalén y del templo como centro de gravedad de todos los pueblos de la tierra da lugar a múltiples composiciones y poemas (cfr. Zac_8:20-22).
Con todo, conviene notar que todavía no es el universalismo del Nuevo Testamento. En el Antiguo Testamento Jerusalén sigue teniendo una preeminencia que coloca a los demás pueblos en situación de inferioridad. En el Nuevo Testamento, la adoración es en espíritu y en verdad (cfr. Jua_4:21-24). El universalismo adquiere, además, en el Nuevo Testamento un carácter más personal y profundo: «Los que se han bautizado consagrándose a Cristo se han revestido de Cristo. Ya no se distinguen judío y griego, esclavo y libre, hombre y mujer, porque todos ustedes son uno con Cristo Jesús» (cfr. Gál_3:27s). En el Nuevo Testamento ya no hay un pueblo elegido (Israel) y una Ciudad Santa (Jerusalén), a la que todos los demás pueblos hayan de venir a rendir homenaje y pleitesía, sino que todos, sin distinción alguna, son hijos de Dios y hermanos de Cristo, con los mismos títulos y privilegios.